El síndrome del objeto brillante.
Esa obsesión por lo nuevo, por lo llamativo, por lo que parece prometedor pero que, en el fondo, es solo una distracción.
Es el emprendedor que salta de idea en idea sin profundizar en ninguna.
Es el profesional que cambia de estrategia cada mes sin dar tiempo a que ninguna funcione.
Es la persona que siempre está buscando la próxima gran oportunidad, la siguiente tendencia, el método infalible… y nunca termina lo que empieza.
Vivimos en una era que alimenta esta mentalidad.
Cada día aparecen nuevas tecnologías, nuevas oportunidades, nuevos caminos. Y la promesa es siempre la misma: "Esto es lo que te llevará al éxito. Esto es lo que has estado buscando."
Y nos dejamos llevar.
Nos emocionamos con la nueva herramienta, el nuevo negocio, el nuevo atajo.
Pero lo que no nos damos cuenta es que la mayoría de estos ‘objetos brillantes’ no son soluciones; son distracciones.
Y mientras perseguimos lo nuevo, descuidamos lo que ya está funcionando, lo que realmente tiene valor.
El problema del síndrome del objeto brillante no es solo que nos hace perder el foco, sino que nos roba lo más valioso que tenemos: el tiempo.
Porque cada vez que saltamos a una nueva idea, empezamos desde cero. Y empezar de cero una y otra vez es la receta perfecta para nunca construir nada sólido.
Queremos resultados rápidos, queremos que todo funcione sin esfuerzo, pero en el fondo sabemos la verdad: lo que realmente importa lleva tiempo, requiere paciencia y mucha constancia.
También está el hecho de que lo brillante no siempre es mejor. Nos dejamos llevar por la emoción de lo nuevo sin preguntarnos si realmente es lo que necesitamos.
Cambiamos de estrategia antes de que tenga tiempo de dar frutos.
Abandonamos proyectos porque la novedad se ha desvanecido y ahora parecen aburridos.
Pero está es la realidad: cualquier cosa, por emocionante que sea al principio, luego se vuelve rutina.
Y la verdadera clave del éxito no está en la emoción inicial, sino en la disciplina de seguir adelante cuando la emoción se va.
Entonces, ¿cómo escapamos de esta trampa?